Ayer volvíamos a las dos de la madrugada del apartamento de las polacas (con unos cuantos shot de vodka para el viaje - ventajas de no tener clase los jueves) cuando Roberto llamó la atención sobre un charco: se estaba empezando a helar y al pisarlo crujían las láminas de hielo.
Ahora, a las ocho y media de la tarde, hay unos cuatro grados de temperatura. Y noviembre acaba de empezar. Por cierto, en el Lidl venden ahora unos patines de hielo por treinta euros. Dicen que aquí se hiela el lago en diciembre y la gente aprovecha para patinar. Igual se aprovechan de mi ingenuidad de andaluz de secano, pero si es cierto me encargaré de aprender una de esas cosas que por mi tierra no se pueden hacer.
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